domingo, 22 de julio de 2012

Ideales pasados y vigentes en una sociedad en proceso de cambio.


El Maestro Confucio
Hijo de un noble y una hechicera, según cuenta la leyenda, quedo huérfano pronto y aprendió a sobrevivir.

“Hoy no interesa progresar, sino tener éxito.
No espero encontrar al hombre perfecto. Me contentaría
con hallar a un hombre de principios. Pero es difícil tener principios
en estos tiempos en que la nada pretende ser algo
y lo vacio pretende estar lleno”


Confucio es uno de esos personajes de leyenda, de esos que con el paso de los años ponemos en duda si son ficción o formo parte de una historia real. Su pensamiento escrito lo dejó en las Analectas, una colección de conversaciones con sus discípulos. Para mi leyenda o no, son parte de la historia y son textos sin desperdicio para el crecimiento personal.
Las principales virtudes para Confucio eran la tolerancia, la bondad, la benevolencia, el amor al prójimo y el respeto a los demás. Si el príncipe es virtuoso, los súbditos imitarán a su ejemplo.
Su ominosa vida, lo poco de ella se conoce, fue un fracaso. Pero su pensamiento, recogido en escuetos diálogos por sus discípulos, marcó durante 2000 años el rumbo de Oriente. La perpetua frustración de sus ideales de armonía, dignidad y cortesía que soporto toda su vida tuvo, en cambio, el eco más duradero y grandioso que cualquier sabio pudiera imaginar.
Al margen de las vicisitudes que ha atravesado el confucionismo, su ejemplo conformó un carácter. Una manera de ser y actuar presentes hasta hoy, no solo en su país, China, sino en otros y traspasando fronteras. Y es que lo que Confucio trató incasablemente de enseñar no fue una doctrina, sino una forma de  vivir diametralmente opuestos a lo que hoy se fomenta como parecida resulta nuestra actualidad a lo que él detestaba y combatía.

La revolución de Confucio en ese mundo fue la introducción de una moral radicalmente nueva. Sustituyó los valores de la aristocracia guerrera por las del civil ilustrado. Frente a la valentía, justicia. Frente al autoritarismo, honestidad y bondad. Detestaba la violencia, pero no las virtudes guerreras. Su sociedad ideal esta descrita en su única obra, Las Analectas: “Un caballero es tolerante y libre, un hombre común está lleno de ansiedad y temor”.
Lo cierto es que el reformista político que era se vio frustrado una y otra vez. Confucio recorrió el país buscando, en vano, a algún príncipe que le permitiera aplicar sus ideas de gobierno. Cada vez más conocidos por todos, su vida fue un perpetuo errar. Así, el vocacional hombre de Estado se convirtió, a su pesar, en pedagogo, inaugurando un modelo de relación amistosa, libre y materialmente desinteresada, la de maestro-discípulo, desconocida en el mundo hasta entonces. Su enseñanza se cifraba en el ejemplo, la acción y la actitud.
Ahora, yo recupero el interés por él, porque si Voltaire tenía  una imagen suya en el escritorio,  y Elías Canetti consideraba las Analectas el primer libro retrato espiritual de un hombre y uno de los más modernos, y vemos como se está produciendo un cambio radical en la sociedad civil, bien puede augurarse un largo futuro aún a este filosofo que difundió el ideal de una educación universal como requisito infalible de la paz y la felicidad. Una educación, milenariamente alejada de la actual. No la enfocada al dominio técnico, ese que da lugar al “bruto especializado”, sino a un objetivo bien distinto. El que merecía la pena para este sabio revolucionario de grandes ideales.

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